sábado, 18 de febrero de 2012

Querido Juan Carlos.




Hace tres años cuando empezaba a trabajar y a dejar mi vida estudiantil, me encontré con uno de los mejores amigos que me ha tocado. El debe llevarme unos 15 años y una familia más. Solía hacerme reír y el trabajo dejó de ser trabajo.

Cuando hablábamos con frecuencia me preguntaba, ¿Fer, te has enamorado?

Tenía 21 años.- No Juan Carlos, nunca. A veces creo que eso es algo que no pasará en mi vida. 
El con su sobriedad y con la fina coquetería que le caracterizaba me veía y sabía que eran palabras necias.


Pasaron dos años y tenía 23.

¿Fer, estás enamorada?- No Juan Carlos, no creo estarlo.
Tus ojos Fer. Tus ojos.- No Juan Carlos, no creo estarlo.
Tu brillo Fer. Tu brillo.- No Juan Carlos, no creo estarlo.
Sonreía.

Fue enero.

¿Fer, te lastimaron? Y el ¡SI! no dudo en soltarse ni por un segundo de mis ojos.

Sabes Fer, decía Juan Carlos, cuando uno se enamora debe hacerlo con el 80%, el resto lo reservas para ti para afrontar precisamente estos momentos en que ese ¡Si, me lastimaron! nos grita. Uno cree no enamorarse, uno cree enamorarse y a la vez no cree en nada. Parte de la vida es precisamente eso, que los golpes nos duelan tanto para que no nos quepa la menor duda de que aprendimos, de que podemos y de que al final nos demos cuenta que decir ¡Estoy bien! no es tan difícil.

Querido Juan Carlos, ahora, cada día, lejos y cerca reflexiono sobre tus palabras. ¿Cómo? 80%, ¿quién sabe la cantidad exacta de sentimientos que se debe involucrar al querer, al odiar? ¿Cómo reconocer la diferencia entre el 80 y el 20%?

Ahora a los 24.

No Juan Carlos, no es tan fácil sabes. Aún pienso en tus palabras y no logro entenderlas. Me temo que quien dé el 80% y se reserve el 20%, nunca llegará a conocer esa sensación de pertenencia a otro sin límites, con el alma, con las entrañas, con el peso, con la ligereza, con la conciencia, con las manos, con los pies.

Con el 80% si se puede amar pero sin amar o querer pero sin querer.

A los 24, te puedo decir, sí, efectivamente a los 21 sabía que nunca me había enamorado antes; a los 23 supe que a los 21 me equivoqué al decir que nunca me enamoraría, porque a los 23 me arrancaron los sueños con palabras y con silencios, ni siquiera con besos o con abrazos, lo hicieron de la forma más sutil, a los 23 me enamoré y a los 23 me lastimé. No el, sino yo misma, yo y mi necedad de querer tener lo que no estaba escrito para mi. 

A los 24, te puedo decir, sigo enamorada de esa misma vida. Si, de esa que quemó cada uno de los rincones que por 23 años se habían mantenido intactos.

Pero a los 24 también te puedo decir, no le di el 80%, ni el 90%, ni el 100%. Le di más, le di todo. Si erré o no, no lo sé. Aún sigo intentando aprender y si me preguntas si me arrepiento, mi respuesta definitiva es no. No, porque de él me llevo a mí y de mi me llevo a esta mujer que escribe, que vive, que llora, que ríe. Esta mujer que podría emocionarse y respirar con una palabra, con una canción. No, porque aún cuando sienta que puedo morir queriéndolo y el sin quererme, ya viví y vivir como lo viví fue definitivamente la mejor y la peor experiencia de todas.

Aún me tiene, pero sabes, sé que me soltará algún día y que cuando lo haga, el también morirá un poco. 

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