El monstruo nunca apareció y dejé de creer en ello. Dejé de creer tanto
en ello que cuando tuve la oportunidad de cambiar mi cama, simplemente no dejé
espacio entre ella y el suelo. Si no iba a llegar, no había necesidad.
Con el tiempo, con los años, la vida, los tropiezos y mi masoquismo,
comprendí que el monstruo nunca llegó en otro cuerpo que no era el mío.
El monstruo no vive debajo de la cama, el monstruo siempre duerme encima
de ella.
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