El Abuelo y la Fer.
Un día el abuelo dijo que yo sería grande, el era un anciano sabio y a
pesar de todos los años que le llegaron encima tenía la mejor vista de los
hombres, leía el periódico diariamente y disfrutaba de Chespirito aún cuando
estoy segura que ya no lo oía. Cada tarde, siendo las 6pm. nos preparaba café y
era casi como un sacrilegio no tomarlo. Esa debe ser la razón por la que amo al
café más que a los libros y a los libros más que a la música de Garrett y sepan
ustedes ¡que adoro la música de Garrett!
Lo recuerdo con su bastón y la sonrisa pícara que le salía del rostro
cuando hacía enojar a la abuela. Eran dos viejos maravillosos, rodeados de
sonrisas, dolores y un buen número de admiradores, y cómo no, si nos dejaron el
mejor legado que cualquier humano sobre la tierra puede dejar a otros: amor,
mucho amor.
El día en que el abuelo murió y templó sus piernas, supe que la señora
Rosita se iría pronto y efectivamente, pasaron veinte días y ella lo alcanzó. El suyo era de esos amores con los que todos soñamos alguna vez, de esos con los que nos repetimos: “Si se va que no me deje, que me lleve, porque la libertad
sin él no me sirve”, o con los que egoístamente insistimos: “Prefiero
ser yo el primero en partir y dejarte a ti la vida”, cuando en realidad sabemos de antemano que sin esa vida, la nuestra no es más que muerte y soledad.
Los enterraron juntos, sus cuerpos yacen en la misma tumba porque de lo
contrario, sus reclamos se hubiesen extendido hasta el final de nuestros días y
de los días de los hijos de nuestros hijos.
No sé dónde están ahora, pero por lo pronto yo conservo su fotografía en
el espaldar de mi cama, pidiendo que por favor no me olviden y lo digo así
porque allá seguramente ya deben tener mejores domingos que
acá.
Pero no, esta historia no se trata del abuelo Segundo ni de la señora
Rosita, porque si se tratase de ellos no terminaría nunca. Se trata en realidad
del día en que Don Segundito –como todos le llamaban- dijo que yo sería grande
porque tal vez escribiéndolo pueda alcanzar a entender sus palabras.
Debo haber tenido unos doce años y mientras jugaba en su patio con la
dulce carita del entonces pequeño Pablo Isacc (sí, con doble cc y no aa porque
mi familia es así, algo especial), escuché cuando Don Segundito platicaba con
mi mamá y en una de sus frases nada predecibles dijo eso, que yo sería grande.
Doce años más tarde, aún me preguntó:
–Abuelo ¿a
qué te referías con ello?
Te comento –sí, te comento como tú también sueles comentarme en sueños
sobre la prisa del tiempo-, que del metro y medio no paso y aunque eso me ha
servido para aprender a caminar en zancos y tocar el aire con los dedos de
los pies –vista la necesidad, ¡claro está!-, aún no logró sentirme así: “grande”
y con ello no necesariamente hablo de la estatura, porque siguiendo tus
enseñanzas y las de la abuela, sé desde que hago uso y desuso de la razón, que
los centímetros que nos faltan o nos sobran definitivamente no nos hacen
mejores ni peores, solo nos hacen y nada más.
–Pero abuelo, cuéntame ¿grande de qué?
¿Posiblemente de mis pestañas, que en ocasiones son un verdadero
desastre, incluso cuando debo usar los lentes como señora de ochenta para que
no se choquen con ellas? O ¿de mis ojos, que suelen ver menos que muchos otros
porque lo que tengo de ojos, también lo tengo de ciega?
¿Será tal vez de mis sueños, que en lugar de fijarme, ubicarme y
determinarme en este lugar, casi siempre me andan llevando con su voluntad por
otros universos y ocasionan que me pierda de la realidad? O ¿es de mi particular
melancolía, que logra que no sea del todo feliz, aún siéndolo?
¿Dime, es de mi sensibilidad inmanente, que origina que pueda disculparlo todo,
hasta lo que no, y con ello me hace sentir el ser menos indiferente y más torpe
del mundo? O ¿de mi falta de conformismo, que saca a flote lo peor de mi
conciencia?
¿Es quizá de mi singular locura, que hace que me enamore de cada cosa
que me saca una sonrisa, aunque luego de ello todo termine siendo ilusión? O
¿de mis limitadas letras que hasta ahora no han podido escribir más que de
amor?
¿Acaso es de la pasión desenfrenada que le encuentro a todo y que me
convierte en una mujer ingenua que cree que aún hay gente que imagina y que
ama? O ¿de mi entrega “cienporcientera” –aún no sé cómo decirlo-, que hace
que dé hasta lo que no tengo y luego me deja rota?
–Dime abuelo, ¿grande de qué?
Intento y no encuentro más respuesta que esa que escuché al viento susurrar a mi oído mientras caminaba perdida por la acera de la casa a la que no volví y, que si no estoy mal, decía algo así: "la grandeza
no es futura, sino presente, porque vine de ti y de la hermosa mujer que
escogiste por compañera" y eso hace inevitable que esta noche levante mi cabeza
al cielo y grite con la boca cerrada, soy “Grande, grande de… ti”.
Esta canción va para vos y la mami Rosi, donde sea que estén.
hermosooo me lloreeeee los abuelos si que eran sabios que, ni con todos los libros leidos, y experiencias vividas sabremos comprender que trataban de decirnos
ResponderEliminarMi querida Fer, hermoso de verdad. Se me hace muy lindo que hayas aprendido una de las enseñanzas más grandes que pudo haberte dejado tu abuelito! Muy, muy lindo!
ResponderEliminarLo vuelvo a leer y me vuelve a dejar con algunos nudos en la mente. Hermoso de verdad Fer!
ResponderEliminarGracias por hacer sentir a mis abuelos conmigo. Ellos se fueron este año y los necesito mas que nada. Hermoso.
ResponderEliminarme puede y mucho
ResponderEliminarHermoso de verdad, los abuelitos siempre nos regalan algo de su ser antes de partir, a nosotros, los nietos.
ResponderEliminarMe recuerda a Papá. Un abrazo homónima.
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